Cigarrillos, coca y cartuchos II

Continúa desde Cigarrillos, coca y cartuchos I Edrik miró a su alrededor mientras el zumbido de sus ojos eléctricos, al adaptarse a la terrible oscuridad, resonaba en su cabeza. Las sombras se fueron haciendo nítidas y pudo ver cómo alguien vendía cocaína, supuso, con desparpajo. —Voy a asustar a ese camello —le dijo a Shiva—. Cuando salga con el rabo entre las piernas, podrás rastrearlo. —Prepararé un localizador —salió del local y se escondió en una calleja. El camello entró al baño y tras él Edrik. Allí había algo más de luz, sin contar el brillo azulado que desprendían los ojos del agente; de los tres grifos sólo uno seguía siendo funcional y los espejos estaban cubiertos de una pátina blancuzca que apenas dejaba verse reflejado en ellos. Alguien estaba haciendo desaparecer una raya por un billete enrollado cuando el portazo lo interrumpió. Aún con el canuto en la nariz, cruzó una mirada con Edrik y luego se fue corriendo. El agente abrió la media puerta del váter y sorprendió al camello. —¡Tío, estoy meando! —Bueno, dime quién te pasa la mierda y me voy. —¡Que te jodan! —se giró, manchando de orina los zapatos del policía. Edrik negó con la

Cigarrillos, coca y cartuchos I

—¿Las cosas están mal? No tienes que decirme que las cosas están mal, es una distopía. Hace tiempo que dejamos atrás la depresión —el hombre encendió un cigarrillo con un mechero bañado en oro—. Tenemos la tecnología, las comunicaciones y la corrupción necesaria, así que déjate de que las cosas están mal —expulsó el humo por la nariz—. La moneda se ha devaluado tanto que trabajar está peor pagado que ser un esclavo con derecho a comida y techo. ¿Acaso importa? —Creo que sí… —se atrevió a responder el más joven. —No, ya no importa. Lo único que puedes hacer a día de hoy es salvar tu alma. No hay lugar para los héroes, así que deja tranquilo a ese proxeneta; les da un trato más humano y digno del que reciben la mayoría de chicas —se quedó mirando la placa del hombre y la señaló con los dedos que sostenían el cigarrillo—. Cuando tenía tu edad la mayoría la respetaban, el resto lo hacía el arma, pero nos respetaban. Ahora somos poco mejores que las mafias, ya no queda decencia… —Yo creo que sí —volvió a repetir el joven. —Es cierto, aunque no mucha, y cuando trata de actuar