Continúa desde Cigarrillos, coca y cartuchos I

Edrik miró a su alrededor mientras el zumbido de sus ojos eléctricos, al adaptarse a la terrible oscuridad, resonaba en su cabeza. Las sombras se fueron haciendo nítidas y pudo ver cómo alguien vendía cocaína, supuso, con desparpajo.

—Voy a asustar a ese camello —le dijo a Shiva—. Cuando salga con el rabo entre las piernas, podrás rastrearlo.

—Prepararé un localizador —salió del local y se escondió en una calleja.

El camello entró al baño y tras él Edrik. Allí había algo más de luz, sin contar el brillo azulado que desprendían los ojos del agente; de los tres grifos sólo uno seguía siendo funcional y los espejos estaban cubiertos de una pátina blancuzca que apenas dejaba verse reflejado en ellos. Alguien estaba haciendo desaparecer una raya por un billete enrollado cuando el portazo lo interrumpió. Aún con el canuto en la nariz, cruzó una mirada con Edrik y luego se fue corriendo. El agente abrió la media puerta del váter y sorprendió al camello.

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—¡Tío, estoy meando!

—Bueno, dime quién te pasa la mierda y me voy.

—¡Que te jodan! —se giró, manchando de orina los zapatos del policía.

Edrik negó con la cabeza, pero el camello no perdió tiempo lanzándole un puñetazo directo a la cara; sin inmutarse, el agente atrapó el brazo y se lo retorció a la espalda.

—Venga, vamos a ser amigos, te invito a una cerveza. —dijo mientras le metía la cabeza en la taza del váter, blanca en otro tiempo.

Tres minutos después, Edrik salía con un falso soplo sobre el proveedor, y tras él un camello con el pelo empapado en su propio orín. A Shiva no le fue difícil colocarle el localizador cuando pasó junto a ella.

—¿Por qué no se lo has puesto tú? —dijo cuando se reunieron.

—Por si era lo suficientemente listo como para comprobar si le había puesto uno mientras debatíamos.

Cruzaron por un paso subterráneo hasta una calle más grande y regresaron a su coche, donde se pusieron las gafas inteligentes y arrancaron. En el cristal se superponía la información del rastreador, que los condujo hasta un antiguo parque de bicicletas, ido a menos tras el fracaso de éstas como medio de transporte, pues el cambio climático había hecho que las lluvias volviesen casi impracticable el uso de estos vehículos.

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Tras aparcar cerca de la salida trasera y antes de que pudieran decidir cuál seria el siguiente paso, se escuchó el sonido seco de un disparo.

—Ahí va nuestro guía —se lamentó Shiva.

—Tenemos que entrar, asesinato y trafico de drogas es perfecto.

—Claro…Se protegieron con sus chalecos, amartillaron sus armas dejando listo el primer cartucho y probaron suerte con la puerta. Se abrió con facilidad y pasaron frente a un despacho abandonado desde hacía tanto tiempo que aún descansaba en él un televisor de tubo. La pareja se separó para cubrir ambos lados del lugar; avanzaron hasta ver cómo arrastraban un cuerpo sin vida para esconderlo en un seco barril de aceite. Valiéndose de sus gafas inteligentes se cruzaron dos rápidos mensajes y salieron con las armas en ristre.

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—¡Manos arriba! —gritaron.

El matón soltó el cuerpo. Para su sorpresa, el proxeneta les dedicó una sonrisa, todavía con el arma en la mano.

—Mis agentes preferidos, ¿cómo se encuentran?

—¡Tira el arma! —ordenó Shiva.

—¿Qué tal si no?

Antes de la agente pudiese volver a hablar, un nuevo disparo entró por su nuca. Edrik, sorprendido, se giró sobre sí mismo para identificar a la amenaza, pero sólo tuvo tiempo de ver cómo se encendía un cigarrillo con un mechero dorado antes de que el proxeneta lo abatiese a tiros.

Relato por @altheniar.