Private Shot Bar

En el momento que escribo esto, acabo de llegar a casa. Es raro que me ponga a escribir una entrada justo después de venir de hacer fotos, nada más llegar a casa, sin siquiera descargar las fotos de la cámara, sin arreglar el cuarto que está patas arriba… pero es que no quiero olvidarme de esto que quiero compartir con vosotros.

Después de una tarde más bien cansada (por llevar todo el equipo de fotografía: cámara, tres objetivos y trípode) y poco productiva, por no haber sacado buenas fotos, o al menos no las que tenía en mente. Después de una tarde solitaria (que es, según mi opinión como mejor se sacan las fotos: tranquilo, a tu rimo, y sin preocuparte de que nadie que te acompañe mientras haces fotos se pueda aburrir) haciendo fotos para poder enseñaros la iluminación navideña de algunos lugares de Tokyo, llego a casa por fin. Y es que algunas veces se sale a pasear solo muy a gusto, pero otras lo único que provoca esta soledad es querer cortarse las venas, sobre todo cuando vas a tomar fotos a una de las calles más empalagosas, rodeado de parejas entre las luces de Navidad.

Todo esto es para decir que a la hora de llegar a casa no estaba demasiado animado. Por suerte además de hacer algunas fotos navideñas, mi ojo de fotógrafo se despertó un poco y conseguí algo de material para otras entradas (o eso creo, que aún ni las he visto).

El caso es que en el camino a casa, siempre hay un bar que me llama la atención, principalmente por la atmósfera que tiene. Es un bar pequeñito, no más grande que mi habitación. Quizás hay sitio para cinco o seis clientes.

Hoy me quedé parado un momento delante mirándolo aprovechando que no había nadie dentro, y al momento por otra puerta de al lado salió el camarero, barman, el dueño mismo, o quizás todo a la vez y me miró. Es un hombre alto, de 1,80cm aproximadamente, delgado, en sus 30 diría yo, quizás cerca de los 40 ya, y vestido con una camisa blanca y delantal/chaleco negro a juego con una pajarita. Supongo que es parte de lo que me gusta de la atmósfera del bar, de lo que crea esa imagen que tanto me llama.

Ni corto ni perezoso aproveché para empezar una pequeña conversación. La cosa fue algo tal que así:

– ¡Buenas noches! ¿Sabes? Vivo por aquí cerca y siempre que paso por delante de este bar me quedo mirándolo y pienso que me encanta, que tiene una atmósfera que me gusta mucho.
– HA HA! Gracias! Aunque no tiene nada especial…
– Sí sí, a mi me gusta bastante. Por cierto… aprovechando que ahora no hay clientes… ¿te importaría si hago una foto del bar por dentro?
– ¿Eh? ¿Una foto? ¿Y eso? — responde sorprendido, con razón.
– No, nada, que la fotografía es mi hobby y este bar me gusta el aspecto que tiene…
– Ah… bueno, vale, pasa pasa…

Me abre la puerta como si fuese un cliente más y entro. Saco la cámara mientras veo como el entra también y se queda al lado de la puerta.

– ¿No te gustaría salir en la foto? — le pregunto sonriente.
– ¿Eh, yo?
– Sí, sales en la foto y luego te la puedo mandar.
– HA HA!

De nuevo su risa fuerte. Una risa con un volumen más alto de lo normal en su conversación, donde se nota de verdad lo grave de su voz. Un HA HA corto y profundo, pero que le hace cambiar amistosamente el rostro de su cara.

Sin decir mucho más va a su sitio por derecho, detrás de la barra y empieza como a hacer algo. Yo hago una foto. El bar es tan chico y quiero captarlo todo que la hago a 16 mm. Es un lugar oscuro como se puede observar, y como no quiero subir más allá de ISO 800, aguanto la respiración y la tomo a una velocidad bastante más baja de lo que me gustaría: 1/8 s.

Hago otra foto. Esta vez me acerco un poco más y cambio el encuadre para que no sea tan oscuro. Esta vez la velocidad es de 1/13 s. Algo mejor, y además me doy cuenta de que el barman ha mirado a la cámara cuando he hecho la foto.

– Hace frío fuera eh? — Me dice mientras me da una toallita caliente. Je, no estaba haciendo como si preparase algo para la foto, sino que estaba preparando la toalla para mí, para que me calentase las manos. Todo un detalle para un extranjero que no conoce de nada, que ha visto probablemente por primera vez, y que ha entrado a su bar por la cara a hacer una foto (elogiándolo, eso sí). En detalles como estos se nota que probablemente sea un bar donde cuidan a sus clientes.

Miro las fotos, y más o menos tengo lo que quería. Seguramente no es un resultado tan bueno como me gustaría, pero al menos lo he hecho. No quiero molestar mucho estando mucho rato repitiendo las fotos, así que no le doy más vueltas. Le vuelvo a hablar para empezar a despedirme, y porque se ve una persona tan amigable que me apetece hablar.

Le repito lo mucho que me gusta la atmósfera del bar, que me recuerda a los bares que salen en las películas americanas antiguas, y me responde que su sensei lo preparó así, y que el bar lleva desde los años 60. Su respuesta es importante porque, 1º es un bar antiguo y no lo parece. Parece un bar elegante, con aspecto clásico pero no antiguo, está muy bien cuidado. 2º llama sensei (maestro) a la persona que le habrá enseñado el negocio, aún siendo un simple camarero, barman, o como queráis llamarlo.

A mi esto me parece una diferencia brutal respecto a lo que se diría en España, y es una de las cosas que me gustan de este país.

Esta conversación, de unos cinco minutos en total, fue suficiente para que después de la tarde que pasé, volviese a casa animado y con una sonrisa en la cara, además de darme ganas de ir un día de nuevo a ese bar en condición de cliente, sentarme con una copa de umeshu y charlar mientras el amigable barman me da conversación junto al resto de los pocos clientes que habrían, porque no cabrían más.

Eso sí, cuando vuelva, pienso llevarle la foto impresa de regalo.