Nakano nevado

Hacía tiempo que no nevaba en Tōkyō como lo ha vuelto a hacer. La nieve caída la semana pasada consiguió recordarnos a muchos la que pudimos ver en 2014, aunque sin llegar a igualarla. Mucho menos la de 2013. Y es que cuando llegué a Japón y me encontré que a las dos semanas cayó una nevada brutal, y al año siguiente lo mismo, ya me pensaba que cada año sería igual, pero no fue así. Excepto contadas excepciones como el año pasado (2017), donde hubo una nevada rara y temprana en Noviembre, pero que no llegó a cuajar y luego no volvió a verse blanco, no he visto nevar de verdad de nuevo en Tōkyō. Y este año también pinta de quedar como anecdótico, aunque aún hoy, más de una semana después de la nevada, sigue quedando algo de nieve que sobrevive en la ciudad. Porque hace un frío del carajo. El caso es que no había visto la nieve nunca en mi barrio, el cual como ya sabréis tiene una estética que me encanta, y por ello lo he retratado en diversas ocasiones. Y ésta era la oportunidad perfecta para hacerlo. Ese día era laborable pero, por la

Cigarrillos, coca y cartuchos II

Continúa desde Cigarrillos, coca y cartuchos I Edrik miró a su alrededor mientras el zumbido de sus ojos eléctricos, al adaptarse a la terrible oscuridad, resonaba en su cabeza. Las sombras se fueron haciendo nítidas y pudo ver cómo alguien vendía cocaína, supuso, con desparpajo. —Voy a asustar a ese camello —le dijo a Shiva—. Cuando salga con el rabo entre las piernas, podrás rastrearlo. —Prepararé un localizador —salió del local y se escondió en una calleja. El camello entró al baño y tras él Edrik. Allí había algo más de luz, sin contar el brillo azulado que desprendían los ojos del agente; de los tres grifos sólo uno seguía siendo funcional y los espejos estaban cubiertos de una pátina blancuzca que apenas dejaba verse reflejado en ellos. Alguien estaba haciendo desaparecer una raya por un billete enrollado cuando el portazo lo interrumpió. Aún con el canuto en la nariz, cruzó una mirada con Edrik y luego se fue corriendo. El agente abrió la media puerta del váter y sorprendió al camello. —¡Tío, estoy meando! —Bueno, dime quién te pasa la mierda y me voy. —¡Que te jodan! —se giró, manchando de orina los zapatos del policía. Edrik negó con la

Cigarrillos, coca y cartuchos I

—¿Las cosas están mal? No tienes que decirme que las cosas están mal, es una distopía. Hace tiempo que dejamos atrás la depresión —el hombre encendió un cigarrillo con un mechero bañado en oro—. Tenemos la tecnología, las comunicaciones y la corrupción necesaria, así que déjate de que las cosas están mal —expulsó el humo por la nariz—. La moneda se ha devaluado tanto que trabajar está peor pagado que ser un esclavo con derecho a comida y techo. ¿Acaso importa? —Creo que sí… —se atrevió a responder el más joven. —No, ya no importa. Lo único que puedes hacer a día de hoy es salvar tu alma. No hay lugar para los héroes, así que deja tranquilo a ese proxeneta; les da un trato más humano y digno del que reciben la mayoría de chicas —se quedó mirando la placa del hombre y la señaló con los dedos que sostenían el cigarrillo—. Cuando tenía tu edad la mayoría la respetaban, el resto lo hacía el arma, pero nos respetaban. Ahora somos poco mejores que las mafias, ya no queda decencia… —Yo creo que sí —volvió a repetir el joven. —Es cierto, aunque no mucha, y cuando trata de actuar